martes, 11 de enero de 2011

La Piojera

Antiguamente en todo barrio que se preciara de serlo había al menos un cine y La Loma tenía el suyo: El Monumental, Que hasta salía en los diarios, en la cartelera de cines. Sito en la por entonces avenida Provincias Unidas, hoy Brigadier Don Juan Manuel de Rosas, entre Almirante Brown y Las Heras casi casi en la mismísima mitad de cuadra, de la mano impar, o sea, para el que entra del lado de Mataderos, a mano derecha, según se va al cielo diría Serrat. Hoy y desde hace varios años en su lugar existe un autoservicio y de aquel templo cultural…nada. Lucía en el frente, sobre la vereda un cartel enorme rojo y en el que dispuestas las letras blancas en forma vertical decía Cine Monumental, pero que todos conocíamos como La Piojera. Un lugar caro a mis sentimientos ya que allí hice de gaucho payador, con traje alquilado y todo, en un acto de fin de año de la escuela, vi infinidad de películas en infinidad de esas tardes al pedo propias del fin de la infancia, vi las primeras tetas en cinemascope y a todo color que no podían de otra mujer que no fuera la Coca Sarli, infartante diosa del celuloide y acreedora de más de una soberana paja de más de un pendejo, soberanamente calenturiento; y hasta di mi primer beso posta con lengua y todo, a una piba que era compañera de séptimo grado y con la que tuve una breve pero intensa relación.

Al lado, pegada al cine, había una pizzería, de esas con algunas mesitas y una barra larga en la que se paladeaban generosas porciones de pizza al corte. Y no había nada más tentador después de una tarde de cine que el graso aroma de una de muza con faina acompañada de Bidú mezclada con moscato que el tano que atendía accedía a vendernos tras nuestros fastidiosos ruegos, eso sí un solo vaso que repartíamos equitativamente entre todos. En ese antro gastronómico, refugio de borrachines, fue que Carlitos dejo de ser Carlitos y pasó a ser Fugacita, después de ganarnos una apuesta en la que se comió él solito veintisiete porciones de fugaza, generosamente regadas de Bidú Cola, y se ganó un empacho de aquellos, que le costó arduas horas de labor a doña Clara, la curandera del barrio, que tuvo que echar mano a todos sus sacrosantos sortilegios para curar a Fugacita, a quien desde ese día le agarraba dolor de panza cuando veía una cebolla.

La Piojera tenía una religiosa rutina, los lunes cine francés, casi siempre en amable blanco y negro, los martes daban todas prohibidas con alguna de la Sarli y nosotros éramos asiduos concurrentes, nos dejaban pasar porque eran películas en las que se veía un teta de costadito o algún culo de pasada y a las corridas y a lo sumo algún coito que se sugería o se insinuaba, los miércoles acción y aventuras, alguna de piratas más alguna de capa y espada y algún western spaghetti, cuando daban una de Ringo tocábamos el cielo con las manos, jueves, viernes, sábado y domingo estrenos, aunque lo que se dice estrenos no eran, porque llegaban con más de un mes de atraso. Después del fulbito el cine era nuestro pasatiempo favorito, aunque había que hacer mandados por todo el barrio y cagarle los vueltos a la vieja para juntar las chirolas para la entrada y la porción de pizza a la salida, porque verse tres películas en una tarde no servía de nada si no se coronaba con la de muza con faina a la salida.

Casi siempre éramos los mismos, el flaco Norberto, Batata, Fugacita y yo, a veces venía el Torcido o el Colo Ricardo o Milín o el negro Morcilla o algún otro pero siempre estábamos los mismos cuatro.

Recuerdo que un lunes, día de cine francés dieron Rififi, una película de 1955, dirigida por Jules Dassin que no era francés, era yanqui y se tuvo que exiliar en Europa, víctima del Macartismo y que filmó además Nunca en Domingo y Las 10:30 de una Noche de Verano, con Melina Mercouri, Noche en la Ciudad, Mercado de Ladrones, La Ciudad Desnuda, El Que Debe Morir, entre otras; pero Rififi…

Que película!!!... Cuenta la historia de Tony Le Stephanois que sale de la cárcel después de cinco años de reclusión y encuentra a su novia con un conocido gangster. Así de golpe, una vez en liberad, la vida que había planeado llevar se desvanece. Encontrándose sin un mango, no le queda otra opción que la de reemprender su antigua vida de criminal junto con sus viejos compinches. Pero ya no son jóvenes alocados, sino hombres con experiencia dispuestos a dar un golpe grande. El objetivo es una joyería en el centro de París, en principio inaccesible. Durante semanas preparan un plan estudiado hasta el último detalle para que nada pueda fallar. La parte del robo es sencillamente genial, son casi veinte minutos sin diálogos, sin música, lo que te provoca una concentración que consigue ponerte los pelos de punta con el clima de suspenso que genera, lo de la venganza hacia la mina y todo eso poco importa después de esa magistral secuencia. Fue una película que nos marcó tanto que nos inspiró para planear el robo del Almacén del Gallego Don Aurio en el cual nos alzamos con una mortadela empezada, un fiambrín por la mitad, un jamón crudo enterito y dos botellas de moscato y una de Hesperidina, que fue todo lo que pudimos cargar entre los cuatro en ese jueves por la tarde, a la hora de la siesta, cuando nos metimos por la terraza del almacén, saltando por el fondo de la casa de Fugacita; fue el botín de nuestro primer y único robo y del que nos ocupamos en consumir en la piecita de la terraza de Batata que era un reducto en el que nos juntábamos a boludear; fue un delito por el que nunca fuimos sospechados y como no le tocamos la guita al gallego, prácticamente quedó en la nada, porque el tipo solo se dio cuenta de la mortadela y el fiambrín porque los tenía empezados y hasta creyó que se lo habían afanado en un descuido, mientras atendía, los muchachos de la fábrica de margarina La Marfina.

La película Rififi la vi como cinco veces más y la última hace poquito, cuando logré conseguirla por internet y me hice una copia y todavía sigo gozando a full de esos casi veinte minutos de la secuencia del robo. Después y aprovechando el éxito de la versión original hubo un par de versiones más, incluso una española en la que trabaja Fernando Fernán Gómez que acá se llamó Rifif en la Ciudad, pero nada que ver con versión posta la del perseguido Jules Dassin.

Otra que nos vimos en La Piojera fue La Fiaca, que la daban junto con La Guita, dos peliculazas argentinas, con la actuación Norman Briski, genial el tipo, sobre todo en la primera de las historias de La Guita, el chabón que busca el billete de mil pesos en una obra en construcción… impagable.

Otra que vi en ese cine fue Ben Hur, dos veces y media, porque la ultima, la de la media, fuimos con el colegio y la Señorita Mariana que era la maestra del séptimo de varones, porque como era un colegio de curas, Nuestra Señora de Fátima, en séptimo dividían a los varones de las mujeres, decía que la seño tuvo la brillante idea de que nos sentáramos alternados, un chico y una chica y a mí me toco al lado de Cecilia, una piba muy linda con la que en sexto fuimos, durante un tiempo, compañeros de banco. Era una chica muy simpática y dulce pero cargaba con la cruz de vivir a la sombra de su sempiterna amiga Adriana, que era la piba más codiciada del colegio. Nos sentamos juntos en el cine y me sonrió y comento otra vez uno al lado del otro ¿no? Y yo la miré como queriendo saber para dónde iba y le contesté cosas del destino… Apagaron las luces y comenzó la película, un clásico si los hay; sabrán ustedes que es un film que data de mil novecientos cincuenta y nueve y que fue la primera cinta en arrasar con los oscares, once estatuillas ganó, once, impresionante, solo igualada muchos años después por Titanic y El Señor de los Anillos; igual a veces esto de los premios de la academia puede no significar mucho. Yo esta ya me la había visto un par de veces y cada vez me convencía más de que Charlton Heston era el mismísimo Ben Hur. Y fue en la secuencia de la carrera de cuadrigas, cuando Messala cae y es arrollado por el carruaje que ella, Cecilia se impresionó, me tomó el brazo con fuerza y oculto su rostro sobre mi pecho, a la vez que emitía un leve Ay! Yo con el corazón alborotado por el despelote hormonal que ese contacto produjo en mí, la observé y vi cuando lentamente levantaba su rostro para mirarme casi con culpa y dejar su boca a escasos centímetros de la mía y como ella no se movía y simplemente me observaba, tomé coraje y estrellé mis labios contra los suyos, que se ofrecían tiernos, provocadores, sinceros y ella recibió el beso que yo le daba como quién recibe algo por lo que ha estado esperando por mucho tiempo, y yo la besé como poseído, le ofrecí mis labios como quien ofrenda su vida en sacrificio, casi religiosamente y al entreabrir su boca, yo avancé buscando con mi legua la lengua suya y ambas se encontraron, y se enredaron, y se fundieron entre sí , y en realidad no sé cuanto duró el beso, como tampoco sé quién apartó su boca primero, quien puso fin a ese momento de gloria suprema; por un breve instante nos miramos a los ojos y en la penumbra de la sala yo alcancé a divisar una chispa en los suyos y estoy seguro que ella advirtió llamas en los míos y así sin más y casi armoniosamente al unísono volteamos nuestra vista hacia la pantalla en donde transcurría la épica epopeya de Ben Hur y sus amigos, y sus enemigos; por unos minutos me quedé abstraído de todo lo que me rodeaba, de eso se trataba besar, aunque ya había besado a chicas antes, nunca fue así, de este modo, con esta intensidad y todavía sumergido en mi perplejidad solo atiné a pasar mi brazo izquierdo sobre la butaca y depositar mi mano suavemente sobre su hombro, como quien no quiere que se rompa la magia del momento, y para mi total asombro Cecilia no solo recibió el contacto que mi torpe mano le proponía si no que fue más allá y entrelazó los dedos de su mano derecha con los míos y para que no quedaran dudas sobre su sentir, fue aún más allá y reposó su cabeza sobre mi hombro y así nos quedamos mientras Judá sufría los embates del destino; yo le perdí el hilo a la película y estaba flotando en el aire cuando se encendieron las luces y casi abruptamente Cecilia y yo rompimos ese cálido contacto físico que mantuvimos en la cómplice oscuridad de La Piojera. Nos dispusimos a salir del cine y ella y yo nos separamos en busca cada quien de sus amigos, tal vez empujados por la torpe timidez de dos casi adolescentes de doce años, en medio de un cine de barrio repleto de otros muchos casi adolescentes de doce años que desparramaban sus revoluciones hormonales a boca de jarro, vociferando comentarios sobre alguna escena de la película que acababan de ver. Mientras íbamos rumbo al hall del cine, en donde recibiríamos, de parte de nuestras maestras, las consabidas consignas para el trabajo práctico que íbamos a tener que hacer sobre lo que habíamos entendido con toda nuestra buena voluntad, pude ver cuando se juntaba con Adriana y sospeché le decía lo que había sucedido, y cuando Adriana se dio vuelta como buscando algo y se topó con mi mirada y sonrió levemente, confirme mis sospechas. Y yo a quien le iba a contar, sabía que lo primero que me iban a preguntar era si le había tocado las tetas y de responder que no me iban a tildar de pelotudo, de pajero, de mariquita, de cagón; y si decía que sí que le había acariciado las tetas, no solo faltaría a la verdad, sino que ofendería la memoria de ese momento, que todavía atesoro; así que me dije vos chito la boca; tal vez por pudor o tal vez por lo que le había escuchado una vez decir al negro Anselmo a otro muchacho del barrio en la esquina del kiosco de la madre del flaco Norberto, lo que vos haces está mal Ricardo, decía el negro, si te cogiste a la piba no tenés que andar haciendo roncha en el barrio con eso, eso no es de hombre, eso es de pelotudo que nunca coge, eso es no tener códigos viejo, si te la cogiste mejor para vos, y te callas y no andás dando pelos y señales de la piba, para qué, para que todos piensen a mirá…ahí va el pijudo que se las garcha a todas… no loco, estás e-qui-vo-ca-do, enfatizaba el negro mientras Ricardo agachaba la cabeza y solo asentía; sabes lo que haría yo si soy la piba y me entero, sabes lo que haría ¿eh?, le empiezo a decir a todos que es mentira porque la tenés chiquita como un bebe y encima no se te para, boluuuudo, eso haría, y te lo digo ahora delante de los pibes, si te escucho alguna vez boquear con que te cogiste a fulana o a mengana, te parto la boca…tarado y ustedes, nos dijo casi continuando el sermón, escuchen y aprendan, en la vida hay códigos que son sagrados, tan sagrados como la vieja de uno, y de dio media vuelta y se fue como para el lado de su casa, fastidiado y moviendo la cabeza de un lado a otro, como quien va hablando consigo mismo pero en voz alta, Ricardo también se alejo pero en dirección de El Bajito, como avergonzado, en la esquina quedamos Fugacita, el flaco Norberto y yo, nos miramos en silencio hasta que Fugacita dejo estallar las carcajadas que venía conteniendo y vociferó ¡¡¡lo recontra cagó a pedos el guaso!!! Y el flaco y yo también nos reímos como asintiendo... Iba yo por el pasillo del cine abstraído en mis recuerdos cuando alguien me agarró del brazo, era el gordo Baesa y me dijo al oído, se te hizo, loco, se te hizo… y yo me hice terriblemente el boludo y le dije como con fastidio se me hizo qué? ¿De qué carajo estás hablando? Daleeeee, conmigo no te hagas el gil, si yo lo vi todo, todo lo vi, hasta me di cuenta que Cecilia hizo todo lo que pudo para quedar al lado tuyo, salame. ¿No fui yo el que el año pasado te dijo que esa piba estaba con vos? ¿Te lo dije o no te lo dije? Dale contestame… Siii, vos me lo dijiste gordo, y yo no te di bola. ¿Ves? Dame bola cuando te digo las cosas, yo sé mucho de estas cosas ¿o te olvidás que tengo dos hermanas más grandes? En mi casa está siempre lleno de pibas, que hablan y hablan y que se cuentan cosas, y yo escucho, observo y aprendo. Y ¿Qué vas a hacer ahora? Me imagino que la vas a invitar a salir, a dar una vuelta, no sé… total el peor laburo no lo vas a tener que hacer, vos sí que sos un capo, y con esa carita de boludito santurrón… le comiste la boca y se acabó y no dijo ni mu, es más le gustó, era lo que quería y se lo diste chabón! Y me sorprendió el gordo, me sorprendió con su pura atorrantez y su consumada discreción al hablarme casi como susurrando, como te habla un hermano mayor, me sorprendió su franqueza y su poder de observación; de la persona que yo menos me esperaba tanta sensatez y tanta discreción era del gordo Baesa… y tenía razón ya me había pasado por alto lo peor que era tener que declarármele, y sonreí y el gordo se escurrió de lo que pasaba por mi cabeza y me palmeó la espalda justo cuando llegábamos, últimos de todos al hall del cine donde las maestras estaban diciendo que el lunes, es decir que teníamos mañana viernes y todo el fin de semana, porque hoy es jueves que no se si antes lo dije pero hoy es jueves, es más, es el jueves 30 de abril de 1970, y asistimos a una función especial que organizó el cura Manolo con el cine, en el marco de los festejos de la Virgen de Fátima, que iban a ser dentro de trece días exactamente... y el trabajo que entregarán, continuaba diciendo la seño, en dónde explicarán con sus palabras todo lo que han entendido de la película debe ser en forma de redacción y como mínimo tiene que tener tres carillas, ¿escucharon? Tres carillas…

Y salimos en malón a la vereda del cine. El gordo Baesa se me acercó y me dijo ¿vas para la fábrica de tu viejo? Si, contesté, porque mi viejo por aquel entonces tenía, junto a dos socios, una pequeña fábrica de muebles que estaba en la Avenida San Martin, a media cuadra de Iparraguirre, justo atrás de la tapicería del cuñado de mi viejo, es decir el marido de la hermana de mi viejo, es decir de mi tía, es decir mi tío... El gordo me apuró y me dijo bueno caminá más rápido así alcanzamos a las pibas, que ya nos llevan media cuadra… Las pibas a las que se refería el gordo eran Cecilia, Adriana, y las mellizas Espencek, es decir Margarita y Eva; y las alcanzamos y el gordo vociferó ¿y si nos juntamos para hacer el trabajo? Total yo tengo el de mis hermanas, todos los años es igual, y nos copiamos de ahí y cualquier duda nos la sacamos con este, dijo señalándome, que ya la vió ¿Cuántas veces? Dos dije como avergonzado, ¿con esta dos veces? preguntó pícaramente Adriana. No, con esta tres dije. Dos y media querrás decir entonces…replicó, con lo cual tanto Cecilia como yo nos pusimos morados, y Cecilia le metió un pellizco en el brazo que la hizo chillar a Adriana, mientras le decía A vos, a vos, no se te puede contar nada nena!!! ¿Contar qué? Preguntó el gordo turro ¿de qué me perdí? A lo que Cecilia le respondió Nada te perdiste, nada gordo, ¿vos no vivís para el otro lado? Lo increpó dándose vuelta para mirarlo, a la vez que me miraba a mí y me sonreía como diciéndome que sí, que pasó algo…y que a ella le gustó tanto como a mí…

Si, contesto Baeza, pero voy con este hasta la fábrica del viejo que seguro que nos compra unas facturas y merendamos y vamos a romperle las bolas a Mingo a la casa; Mingo era un compañero nuestro que vivía a la vuelta de la fábrica de mi viejo y con el que yo pasaba algunas tardes cuando iba a lo de mis tíos o la carpintería de mi viejo, que no era solo de mi viejo, porque mi viejo era lustrador de muebles y no carpintero.

Y arreglamos para juntarnos en la casa de Adriana el viernes a eso de las tres. Y con el gordo nos fuimos a lo de mi viejo y nos comimos unas medialunas y tomamos mate cocido y le fuimos a romper las bolas al tano Mingo a la casa.

Lo mío con Cecilia siguió hasta las vacaciones de invierno y ahí se cortó, pero no porque nosotros decidimos cortar, no, no, no, de ninguna manera... Resulta que el viejo de Cecilia trabajaba en el Banco Nación y lo trasladaban a Necochea, sí o sí. Y era eso o perdía el laburo… así que hacia el sur marchó aquel primer amor. Igual parecía ser que solo podíamos expresar lo que sentíamos el uno por el otro en un cine y a oscuras. Los besos que nos dábamos a escondidas en el colegio o cuando salíamos a caminar tomados de tímidamente de la mano, no eran los mismos que los que nos dábamos en el cine, en medio de una película, esos eran otra cosa, eran, curiosamente, de película… y por eso íbamos seguido al cine. Eso sí, nunca un martes…

Recuerdo que una vez daban una de Drácula, más precisamente Drácula el Príncipe de las Tinieblas, con Christopher Lee, y me dijo de ir y yo le dije que no, que se iba a asustar, y ella me respondió ¿y qué más querés, no viste lo que pasa cuando me asusto o me impresiono? Y yo sonreí e insistí que se iba a asustar y mucho porque yo ya la había visto y ella se iba a asustar de verdad y desgano asintió y decidimos no ir a ver Drácula el Príncipe de las Tinieblas. En realidad el que se iba a asustar era yo, y no quería mostrarme débil y temeroso ante ella; y digo que yo me iba a asustar porque el año anterior fuimos a verla con el flaco Norberto y Batata y Fugacita, y no la pudimos terminar de ver del cagazo que nos agarramos. Me acuerdo bien que era un domingo de invierno, y en esa época un domingo de invierno significaba frío y soledad, porque a las cinco de la tarde ya casi era de noche y no había ni un alma en la calle, y la película empezó a las cuatro y media clavadas. Y en el cine no había mucha gente, y encima estábamos por delante de todo, donde los actores se veían enormes y las voces y los ruidos de la peli se escuchaban más fuerte. Recuerdo que en muchas partes directamente me tapé los ojos y recuerdo también a Fugacita rogando, implorando a dios, a la virgen, a san Roque y a todo el que se le cruzará por la mente, que la película terminé ya, vámonos a la mierda decía Fugacita, vámonos, boludos, vámonos porque me cago acá!!! Y nosotros también estábamos asustados, asustados pero decididos a aguantar hasta las últimas consecuencias; Batata estaba blanco como un papel blanco, el flaco miraba para abajo y se tapaba con carpa los oídos y yo los miraba a ellos para no mirar la pantalla, cuando de pronto y justo cuando le están por clavar la estaca de madera al vampiro en el medio del pecho, un olor a mierda im-pre-sio-nan-te se empezó a adueñar del ambiente, como si se hubiera cagado un manada de mamuts indigestados, nos miramos entre nosotros y se escucho la vocecita de Fugacita que decía les dije forros, yo les dije que me cagaba acá y no me dieron pelota, nunca me dan pelota, yo les dije que me cagaba y me cagué no más!!! Y mientras nos tapábamos la nariz para alejar esa fétida fragancia que se había extendido hacia las filas de atrás, nos levantamos de golpe y salimos rajando para afuera, mientras un tipo le decía a Fugacita, ¿qué te comiste pibe? La pata de Gardel y la del abuelo de Gardel… asqueroso hijo de puta, como te vas a cagar así delante de la gente, y escupía casi frenéticamente para el pasillo como no queriéndose tragar ese olor nauseabundo, y se lo decía a Fugacita, porque viéndolo correr hasta un ciego se daba cuenta que el que se había recontracagado era él, si corría apretando las cachas como para que la mierda que llevaba colgando del culo no se expandiera fronteras afuera de sus calzones. Llegamos al hall y nos frenamos de golpe ante la extrañada mirada del acomodador, que en los intervalos hacía de chocolatinero y que nos conocía bien, porque nosotros íbamos siempre y un martes nos había rajado del cine cuando lo sorprendió a Batata con las manos en la masa, aunque más que en la masa las tenía en la pija, porque se estaba haciendo un terrible paja en medio de una película de la Coca Sarli, y nos rajo a todos, que ese día éramos seis, porque aparte de nosotros cuatro estaban Milín y el Torcido; hasta nos prohibió entrar por dos martes para que aprendiéramos. Y a ustedes que les pasa ahora? Qué cagada se mandaron ahora, y ni bien terminó la frase pudo comprobar que se trataba literalmente de una cagada, una flor de cagada…porque hizo su arribo al hall Fugacita que venía retrasado por esos menesteres, y llego gentilmente acompañado por una baranda tremenda que parecía crecer con el pasar de los minutos, y el tipo lo vio y lo olio y soltó un ¡Puaj! Mocoso asqueroso, te cagaste encima, te cagaste hasta la nuca, pelotuuudo! Y Fugacita asentía con la cabeza a la vez que corría hacia el baño en busca de alguna solución a sus pesares, mientras que, cruzándose por delante, el acomodador-chocolatinero quería atajarlo para que no entre al baño, me vas a ensuciar todo con mierda nene! Le juro que no, decía casi llorando Fugacita, le juro que limpio todo el cine si quiere… mientras lograba franquear la barrera humana que se interponía entre la puerta del baño y él, y no fue que el tipo se apiadó y lo dejó pasar, era que la baranda era inenarrablemente insoportable, y atrás de Fugacita colamos nosotros en el baño, mientras el tipo gritaba que si llego a encontrar sucio de mierda se los hago limpiar con la lengua, con la lengua se los hago limpiar. La cosa es que Fugacita se saco los pantalones y los calzoncillos y con la ayuda de algunas hojas de un diario que había ahí y agua, se limpio lo mejor que pudo y salimos rumbo a casa, mientras el acomodador-chocolatinero-limpiabaños se fijaba como le había quedado el viorsi y nos recomendaba no aparecer por el cine por un tiempo prudencial y nosotros entendimos que dos semanas se podía interpretar como más que prudencial y por dos semanas no fuimos a La Piojera.

La cosa fue cuando salimos… a la calle fría y oscura, sin un alma deambulando, casi parecía tierra de vampiros…

En un acto de temerario arrojo decidimos cruza la avenida y esperar el diez, que venía de San Justo e iba para Liniers y tenía la parada en Las Heras. Esperamos un rato, no podría decir cuánto tiempo, porque entre el frio, la desolación de la avenida, el miedo que arrastrábamos y el olor que Fugacita tenía encima, uno perdía la noción del tiempo con una facilidad extrema… así que, en heroico gesto, decidimos volver caminando hasta casa, caminado es un decir porque corrimos como locos del cagazo que teníamos. Decidimos ir por la avenida hasta Colón, cruzar y agarrar por Colón hasta Matías Marcos, que estaba toda asfaltada, y por esa hasta llegar a casa. Yo llegaba primero porque vivía en Saenz Peña casi esquina Matías Marcos, después le tocaba a Fugacita, que vivía sobre Luis maría Campos a media cuadra de Matías Marcos, después seguía Batata que vivía sobre Matías Marcos, media cuadra antes de llegar a la General Paz y por último, el flaco Norberto, que vivía justo en la esquina de la General Paz. El trayecto fue inquietante, porque no había nadie por la calle, ni gente, ni coches, ni perros, solo nosotros corriendo en andas de nuestros infantiles temores a la oscuridad, la oscuridad misma, porque en esa época el alumbrado público era casi inexistente, solo en algunas cuadras en las que los vecinos se ponían de acuerdo y al romana juntaban unos pesos y ponían dos, o a lo sumo tres, focos distribuidos en forma equidistante e iluminaban las frías noches de invierno y las cálidas noches de verano, también las no tan frías de otoño y las no tan cálidas de primavera… y así veníamos todos corriendo por el medio de la calle, todos menos Batata que venía pegado a las paredes hasta que antes de llegar a Paso un perrito, chico pero chúcaro, le ladró con toda su alma, si es que los perros tienen alma, y Bata pegó un respingo que cayó de culo en la vereda, casi se muere de un infarto, pero se levantó ágilmente y opto por correr con nosotros por el medio de la calle. Así llegamos cada uno a su tiempo a nuestras casas. Yo saludé a mi vieja que estaba planchando la ropa en el comedor, mientras mi viejo escuchaba en la radio los resultados de los partidos y le cebaba unos dulces a la vieja. Me fui al baño para recuperar la cabeza en agua fría, que era el único tipo de agua que salía por las canillas en esa época, agua caliente, solo en la ducha, que ahora lucía un calefoncito a gas alimentado por una garrafa que estaba en el techito del baño. A mis viejos no les gustaban los calefones eléctricos, te podés eletrocutar, chillaba siempre mi vieja. Después de haberme recobrado salí y mi vieja me llamó y me dijo que me hiciera un sándwich, que en la heladera había queso y mortadela y empezó a interrogarme sobre la película y el porqué había llegado tan temprano, si todavía no eran la seis y media y yo le dije que Fugacita se sentía mal y no lo íbamos a dejar venirse solo así que nos vinimos todos. Ahhh! Exclamó mi vieja y puso fin al breve interrogatorio, con lo cual yo me fui a la cocina pero no me hice ningún sándwich, la verdad tenía como impregnado en la nariz el olor de la cagada que se echó encima Fugacita y me sentía como asqueado, aproveche para afanarle a mi vieja una cabeza de ajo, que coloque bajo la almohada, para que me protegiera de cualquier vampiro que decidiera merodear por mi pieza y me fui a acostar y leer, para ver si se me terminaba de ir el miedo ese que sentía como incrustado en el pecho; los tigres de Mompracen estaba leyendo, que era el segundo de los once libros de la saga Piratas del sudeste asiático, y que escribió Emilio Salgari, y este es el primer libro en que aparece Sandokán, el tigre de la Malasia y yo iba por la parte cuando despierta después de haber perdido el conocimiento por una herida que sufrió en una batalla y se encuentra en casa de lord James Guillonk, enemigo suyo a muerte, y tío y tutor legal de la joven y bellísima lady Mariana Guillonk, que resulta ser la Perla de Labuán. Y me dormí plácidamente navegando por el Pacífico y el Índico, lejos de Transilvania y sus viles vampiros, no sin antes, y como última medida de seguridad, disponer mis zapatos en cruz, justo bajo los pies de la cama.

De La Piojera hay mil historias… pero estas son las que más atesoro en mi corazón, sobre todo el beso con Cecilia, porque de ahí en más mi vida empezó a ser distinta…

Fui a ver muchas película más, inclusive llegué a ver un recital de El Reloj que era una bandotota de heavy rock y que eran como del barrio porque vivían por la placita del Cañón, pero eso es otra historia porque fue a principios del 73 y yo ya empezaba a usar y abusar del alcohol, las drogas y la militancia estudiantil secundaria…

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