martes, 2 de noviembre de 2010

Que Jugador!!!

Recién empezaba 1968, Enero, verano, calor, mucho calor, domingo por la mañana en Lomas del Mirador. La canchita del Club Naón estaba repleta de gente y no era para menos, se jugaba el partido más importante de la historia del barrio; los pibes de la General Paz, es decir nosotros, contra los del Naón, es decir los otros. En realidad era la revancha de un desafío definitorio, el partido de ida que se jugó en nuestra cancha lo ganamos 5 a 1… nuestra cancha… el costado de la Avenida situado entre Cavia y Dorrego, tierra y algo de pasto y frondosos eucaliptus como postes de los arcos.

Estábamos cansados de mentiras y verso sobre quien gano más partidos y les dijimos: partido, revancha y si hace falta, el bueno y el que gana, gana todo y se acabó y nunca más. Aceptaron y acá estábamos, dispuestos a arriesgar la historia en 2 tiempos de veinte minutos cada uno.

Las baldosas de la cancha hervían, no se podía ni pisar de calientes que estaban. La diferencia de gol nos favorecía, la cancha no; nosotros no la íbamos con el cemento, preferíamos la tierra, el polvo, el barro…

Yo , en cancha chica, al banco como siempre desde que mi viejo se hizo cargo de la dirección técnica del equipo, siempre me decía que prefería verme enculado a que los vecinos creyeran que jugaba de titular porque era su hijo, derecho al pedo mi viejo. En su defensa debo decir que yo no era un jugador de aquellos, pero me las rebuscaba, así que al banco de suplentes y chito la boca.

Llegó el referí, Don Antonio, que vivía en Saenz Peña y Dorrego, punto límite de reclutamiento de jugadores para ambos equipos, desde esa esquina hacia Mosconi y hacia la General Paz todo pibe que quisiera sacudirle a la redonda era jugador nuestro, para Provincias Unidas y para San Martín, jugador de ellos.

Empezó el partido, seis contra seis, nosotros estábamos acostumbrados jugar nueve contra nueve.

La gente alentaba, unos poco para nuestro lado y muchos para los otros, eran locales y habían llegado temprano para copar el club, la gente nuestra quedó casi toda afuera. A los tres minutos pegaron un tiro en el palo, pero a los cinco Batata se la clavo arriba y el arquerito de ellos solo atinó a buscarla adentro. Y como era de esperar empezaron a pegar y Don Antonio empezó a hacerse bien el boludo y a no cobrar los fules de ellos, eso sí, a nosotros nos cobraba hasta el mal aliento.

Diez minutos iban cuando el Tucu salió del arco a cortar una pelota, sin ninguna necesidad, y se cayó, se la robaron y a cobrar, 1 a 1, y se agrandaron, sacamos del medio y el Cabezón quiso tirar un caño y la perdió, se la afanaron y adentro, 2 a 1. Mi viejo gritaba como loco, que no se desordenen, que hay que tener la pelota y tocar y tocar, si perdemos perdamos jugando al futbol… ¿Que decía el viejo?… acá se trataba de ganar, nada de perder por poco o empatar, ganar era lo único que valía, el orgullo de andar por el barrio sabiendo que sos el capo no se paga con nada y no admite ninguna especulación.

A los diecisiete se le escapa uno al Flaco Norberto y cuando entra al área lo toca, un poquito abajo y el pibe se tira y penal; discusiones, empujones y nada, penal y 3 a 1 abajo. Mi viejo gritaba que tuvieran la pelota hasta que termine el primer tiempo y en vez de tenerla empezamos a rebolearla a cualquier lado y a meter pata fuerte, total Don Antonio si se caían igual cobraba ful. Y termino el primer tiempo, mi viejo lo sacó a Batata y al Cabezón y puso a Miguelito, que era un morfón pero te vacunaba como una enfermera, y también lo puso a Pascualito que era más morfón todavía pero era un goleador impecable.

Arrancamos el segundo tiempo y yo seguía en el banco, mi viejo me miro y me dijo a vos te pongo faltando 5, y yo me quería matar, pero la agarró Pascualito y gambeteó a uno, gambeteó a dos, le salió el arquero y justo ahí se la cuchareo y a gritar y saltar, 3 a 2. Se empezaron a poner nerviosos los otros y nos empezamos a poner ansiosos nosotros. Y empezaron a pegar, sobre todo a Pascualito. Y nosotros no nos quedábamos atrás, eso sí, sin discriminar, por eso de ser más democráticos debiera ser, le sacudíamos a todos por igual. Don Antonio seguía inclinando la cancha para el lado de los otros y nosotros a putearlo un poquito, menos Anselmo, que vivía al lado de casa y era un muchacho de 22 años por ese entonces y muy pero muy peronista, tan peronista como que nació el mismísimo 17 de Octubre de 1945, que lo puteaba de arriba abajo, hasta viejo gorila le llegó a gritar y le dijo que le iba a pelar los limoneros de la casa si seguía bombeando. El partido se puso chivo y empezaron los empujones, los insultos y en medio del quilombo Miguelito robó una pelota y le sacudió de ahí nomás y el arquerito en vez de dejarla pasar la quiso sacar el muy salame y se le metió adentro, y cualquiera y cuando digo, digo cualquiera cualquiera e incluyo a mi vieja, sabe que en cancha chica de afuera del area no vale salvo que sea de cabeza; y vamos los pibes todavía, 3 a 3 a los doce del segundo tiempo, y ahí mi viejo me llamó y me dijo entrá y meté, sacudila afuera de la cancha y pega todo lo que puedas, y lo sacó a Norberto, y entré y en la primera revoleé a uno por el aire, pero en la mitad de la cancha, lejos del área, donde no jode tanto; Don Antonio me miró y me dijo calmate pibe, calmate. Iban quince y lateral para nosotros y lo miré al Panza y le hice señas y fui a buscar el cabezazo afuera del área, yo cabeceaba fuerte y eso era un arma terrible en estas canchitas. Y vino la globa redondita y fofa, como todas las pelotas de cancha chica, y me cayó justita, ni tuve que saltar y la agarre con el parietal izquierdo, y allá fue, hermosa y redonda pegadita al palo izquierdo del arquero, golazo, golazo y 4 a 3 arriba. Pero la alegría duró poco porque sacaron y patearon al arco y el Panza estaba en el área y le pego en la mano, casual, mano casual viejo, pero el referí cobró penal para ellos, otro más; pateó el Chino que le pegaba como una mula y el Tucu se tiró bien pero le rebotó para adelante y el Chino lo fusiló 4 a 4 y se venían a la carga Barraca, y nosotros a revolearla y revolearla, así hasta que a los diecinueve Pascualito se gambeteo hasta a la abuela y cuando le salió el arquero lo tocó un poco y Don Antonio cobró ful para ellos, un desastre el viejo, bombeo todo el partido a lo loco, ni una para nosotros cobró, ni una; y cuando el arquero se preparaba para patear mi viejo me grito, encimalo no lo dejes patear y yo fui volando y cuando el arquero le estaba por pegar salté y di vuelta la cara y sentí que la cabeza se me volaba, todas, mis hasta entonces, escasas vivencias se agolparon en mis sienes, y caí redondo al piso, aturdido por el golpe, y mientras iba cayendo como en cámara lenta sentí que gritaban gol y el árbitro decretaba con su soberano pitazo 5 a 4 arriba nosotros y ellos empezaron a rodearlo a Don Antonio y se armó un tole tole de aquellos y el viejo dio por terminado el partido y fin de la historia. Bueno, fin, lo que se dice fin no, porque al réferi hubo que sacarlo de un remolino que se armó y fue Anselmo con su eterno adlátere, el Chueco, quien lo rescató de la turba enfurecida que presentía el fin de su historia; nosotros agarramos los bártulos y a salir rápido, para festejar iba a haber tiempo, toda una vida de tiempo, se iban a tener que mudar de barrio los otros para que no los cargáramos más.

Y así fue que después de ese día nunca más se jugó un partido entre los pibes del la General Paz, nosotros, y el Club Naón, los otros. Y se puso punto final a una rivalidad de años en dos partidos a cara o cruz, a suerte y verdad, a todo o nada, con la grandeza de los grandes, de los que se juegan toda su historia en una parada. Así fue que impusimos nuestro futbol de potrero y polvo al fulbito de baldosas entre cuatro paredes y arcos pintados de blanco y rojo.

Lo mío es otra historia. Lucí altivo por una semana el moretón violeta que me quedó en la mejilla después de tremendo pelotazo; me paseaba por el barrio con la cabeza alta y el magullón iluminando las veredas. Hice historia ese día, dos goles que sellaron definitivamente la supremacía de los pibes de la General Paz, los guardianes de la frontera este del barrio, el más grande equipo que tuvo la Loma. Desde ese día fui titular indiscutido en todos los partidos y hasta capitán del equipo me eligieron.

Ah, me olvidaba, el negro Anselmo cumplió con la amenaza de pelarle los limoneros a Don Antonio; se los robó toditos, ni uno le dejo. Y ese verano convidaba con tereré a todo el que pasaba por la puerta de su casa, está hecho con los limones de Don Antonio repetía por lo bajo, como si eso le agregara sabor y frescura a esa especie de mate frio. Y cada vez que me veía me gritaba Que Jugador Danielito!!! Que Jugador!!!

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